Monte arriba y cara al viento,
buscando reposo y calma,
íbame yo muy contento,
por darle descanso al alma.
Cuando a lo alto llegué
y al dar la vuelta a la cima,
un rebaño me encontré,
que se me venía encima.
Avanzaban las ovejas al paso
alegres, tranquilas y pasaban
las parejas, al sonar de las esquilas.
Detrás de ellas lentamente.
dando al aire una canción y
sacando indiferente,
su mendrugo del zurrón,
venía un pastor, un niño,
un imberbe zagalejo,
que me inspiró ese cariño,
que es tan súbito en un viejo.
- ¡Hola! ¿Tu eres el pastor?
- Sí Señor, y ¿qué se ofrece?
- ¿Cuántos años tienes, amigo?
- Trece. - ¿Tienes padre? - No, Señor.
- Y ¿cuánto ganas, amigo?
- Un duro. - ¿Un duro al día? ¡Anda, maño!
¿Un duro al mes? - Que no, digo un duro al año.
Le dejé que se marchara,
y en el monte me quedé.
Y avergonzado, la cara
con mis manos oculté.
Pasaron por mi memoria
templos, palacios y reyes.
Los millones del banquero,
las fiestas del potentado,
réditos del usurero,
ladrones en despoblado.
Fortunas mal heredadas,
en el tapete perdidas,
cortesanas celebradas
con ricas galas perdidas.
Los que del lujo se ufanan,
tantas glorias, tanto daño,
y en tanto hay seres que ganan
solamente un duro al año...
Un duro ¡Oh! Cuántas veces
lo habré derrochado yo,
en miles de pequeñeces
que mi gusto me pidió.
En comer sin tener ganas,
en caprichos, en favores,
en vanidades humanas.
En guantes, coches y flores,
en un rato de placer.
en apostar, en beber,
en un buen olor.
Y ese duro que se olvida,
en cuanto correr se deja,
es un año de la vida
de aquel niño que se aleja.
Un duro ¡Oh!. Mientras de la mina oscura
saque el carbón tanta gente,
pasando tanta amargura,
para que yo me caliente,
mientras de la alegre fiesta
salga yo, que siento y creo,
y al pobre que me molesta
le mando airado a paseo.
Mientras derroche la moda,
y se gasten grande y chico,
mil duros en una boda o
en el entierro de un rico,
y el sol desigual sea,
en dar al hombre sus rayos;
y haya niños con librea
que me sirvan de lacayos.
Y vi que somos peores,
todos los seres humanos,
unos, falsos soñadores,
otros, falsos puritanos.
Ya ateos, ya creyentes,
todos en el daño iguales,
resolviendo diligentes,
grandes problemas sociales.
Ni creo en leyes humanas,
ni creo en leyes divinas,
palabras, palabras vanas,
mentira, todo mentira.
No hay a las penas consuelo,
sufrir y siempre sufrir,
si un Cristo dicen fue al cielo,
otro Cristo ha de venir.
Su reino será de espanto.
Sus leyes muy diferentes.
Allí se ha de ir el llanto
y el rechinar de los dientes.
Y ha de subir a mil codos,
más alto que el nuevo diluvio,
y en él moriremos todos.
Y más alto que el Vesubio,
nos ha de venir implacable,
aquel niño, aquel pastor,
ya convertido en terrible
ángel exterminador.
Y entre torrente de lava,
gritaba desde su escaño:
"Yo soy aquél que ganaba
solamente un duro al año".
Así a mis solas decía,
allá en la cumbre del monte
mientras el sol se escondía
por el rojizo horizonte.
En penumbra se ocultaban,
lentamente las ideas,
y en las ciudades humeaban,
las fabriles chimeneas.
Allí viven reunidos
miles de seres humanos.
Allí rezan compungidos
los que se dicen cristianos,
entre el ruido y movimiento,
de las modernas ciudades,
resumen triste y cruento,
de las necias vanidades.
Y allá perdido en la plana,
cantando tras su rebaño,
iba aquel niño que ganaba
solamente un duro al año.
Recuerdo recitar este poema siendo niño.
Nunca supe quién lo escribió. Luego fue prohibido.
Pero... a mí, siempre me ha gustado.